El Hollywood Bowl se convirtió en un santuario del rock el pasado 17 y 18 de septiembre, cuando The Who, una de las bandas más influyentes y provocadoras de todos los tiempos, ofreció los que serían sus últimos conciertos en la ciudad de Los Ángeles. Bajo el nombre de The Song Is Over Tour, la agrupación británica cerró un ciclo de 63 años de historia frente a un público que, entre lágrimas, aplausos y gritos, despidió a dos figuras esenciales del rock: Roger Daltrey, de 81 años, y Pete Townshend, de 80.
El ambiente fue mucho más que una cita musical; fue una reverencia colectiva a una era. Desde las primeras notas, el recinto —con más de 19 mil asistentes por noche— se estremeció ante una presentación que equilibró la nostalgia y la vitalidad. Temas inmortales como Baba O’Riley, My Generation y Pinball Wizard hicieron vibrar al público, mientras que piezas cargadas de introspección como Love, Reign O’er Me y The Song Is Over se convirtieron en himnos de despedida, interpretados con la misma pasión que hace décadas los consagró.
Un cierre con alma y complicidad
Más allá de los acordes, lo que conmovió al público fue la química entrañable entre Daltrey y Townshend, dos viejos camaradas que, a través de gestos, risas y miradas, evidenciaron el lazo que los ha unido desde los años sesenta. No hubo discursos extensos ni sentimentalismos forzados: el adiós se manifestó en la música, en cada golpe de guitarra, en cada nota que parecía grabarse en el aire.
El Hollywood Bowl, con su legendaria acústica y su aura cinematográfica, sirvió de marco perfecto para un cierre de gira que mezcló elegancia, fuerza y gratitud. The Who no buscó dramatismo, sino ofrecer un último acto de autenticidad. Fue una despedida que, más que melancolía, dejó un sentimiento de plenitud: el de haber vivido la historia en tiempo real.
Ecos de rebeldía que resuenan
Durante el concierto, los clásicos cobraron un matiz casi ceremonial. Behind Blue Eyes y Won’t Get Fooled Again fueron coreadas como mantras generacionales. En esos momentos, el público no solo celebraba a una banda, sino al espíritu de una época marcada por la inconformidad, la creatividad y el desafío a las normas.
El legado de The Who es innegable: pioneros del concepto de “ópera rock”, impulsores del movimiento mod y referentes para bandas británicas de generaciones posteriores como Oasis o Blur. Su impacto va más allá de lo musical; su irreverencia ayudó a moldear la identidad cultural del rock como una forma de vida.
Una apertura a la altura del mito
La antesala del concierto estuvo a cargo de The Joe Perry Project, el supergrupo comandado por el guitarrista de Aerosmith, que elevó la temperatura del recinto con una alineación estelar: Slash, Robert DeLeo (Stone Temple Pilots), Jason Sutter (Smash Mouth), Chris Robinson (The Black Crowes) y Brad Whitford (Aerosmith). El momento más sorpresivo de la noche llegó cuando Steven Tyler apareció para interpretar Walk This Way, generando una ovación que anticipó la euforia del acto principal.
Un adiós eterno
Cuando las luces bajaron y el último acorde se desvaneció, Daltrey y Townshend se abrazaron con una mezcla de cansancio y gratitud. No hubo bis ni artificios: solo un gesto entre dos amigos que sabían que estaban poniendo punto final a una historia irrepetible.
The Who deja tras de sí un legado monumental: más de seis décadas de música, rebeldía y experimentación sonora. Su influencia atraviesa fronteras y generaciones, recordándonos que el rock no es solo un género, sino una actitud ante la vida. En Los Ángeles, esa llama volvió a encenderse una última vez, dejando claro que el sonido de The Who no se apaga: permanece en cada alma que alguna vez gritó “My Generation” con el corazón abierto.

